La prescripción de filtros de absorción selectiva es uno de los recursos más efectivos y, a la vez, más complejos dentro del abordaje clínico de pacientes con baja visión. Aunque muchas veces se simplifica su uso en recomendaciones genéricas, como emplear tonos amarillos para la noche o naranjas para el día, especialistas en el tema insisten en que estas decisiones deben basarse en pruebas funcionales y personalizadas. Así lo explica el optometrista clínico, Enrique Sánchez, experto en baja visión y daño cerebral, quien ha trabajado extensamente en formación e investigación aplicada.
Según Sánchez, los filtros selectivos no deben confundirse con simples lentes teñidos: “Un filtro selectivo es una lente que bloquea de manera precisa ciertas longitudes de onda del espectro de luz, permitiendo el paso de otras. Están definidos por una curva de transmitancia que determina su comportamiento óptico y clínico”. A través de esta curva, es posible conocer con exactitud qué parte del espectro visible es bloqueada y cuál se deja pasar, optimizando así la respuesta visual del paciente según su patología.
El beneficio clínico va más allá de la comodidad ante la luz. Estos filtros mejoran el contraste, reducen el deslumbramiento, y permiten una experiencia visual más estable y funcional. “En patologías como la degeneración macular, la retinosis pigmentaria o la aniridia, los filtros selectivos pueden marcar una diferencia significativa en la movilidad, la lectura y la seguridad del paciente”, afirma el especialista.
La importancia de probar antes de prescribir
Una de las recomendaciones centrales es no basar la elección únicamente en teoría o recomendaciones estandarizadas. “Es el paciente quien, al probar diferentes filtros en condiciones reales, determina cuál le aporta mayor beneficio. Por eso es fundamental realizar pruebas en entornos fotopicos y mesópicos, caminar con el paciente, observar su marcha, y evaluar su comportamiento frente a diferentes fuentes de luz”, enfatiza Sánchez.
Este enfoque se refuerza en condiciones que afectan la sensibilidad al contraste y la adaptación luz-oscuridad. Por ejemplo, en degeneraciones maculares secas, se estima una reducción de sensibilidad al contraste. En estos casos, la adecuada selección del filtro puede restaurar parte de esa capacidad funcional perdida.
Más que estética, una necesidad funcional
Uno de los principales obstáculos que enfrentan los pacientes es la percepción social de los lentes con filtros selectivos, ya que su coloración —amarilla, anaranjada o roja— puede generar comentarios negativos por parte del entorno. Por ello, Sánchez resalta la necesidad de involucrar a la familia durante la consulta: “Los acompañantes deben entender que estos filtros no son una moda ni una decisión estética. Son herramientas clínicas diseñadas para mejorar la calidad de vida”.
El especialista también distingue entre filtros selectivos y lentes con filtros de luz azul, muy difundidos en el mercado. “Muchos de estos tratamientos bloquean solo una pequeña parte del espectro sin lograr un efecto significativo sobre el contraste. No deben ser confundidos con un filtro clínico selectivo, que trabaja en rangos mucho más específicos y con mayor control sobre la transmisión de luz”.
La tecnología, un aliado en evolución
Actualmente, es posible combinar filtros de absorción selectiva con tecnologías fotocromáticas, como Transitions, para lograr mayor versatilidad. Esta solución resulta útil, por ejemplo, en niños con baja visión que necesitan un único par de gafas para ambientes interiores y exteriores.
Sánchez concluye con una advertencia: “La prescripción de filtros debe ser tan rigurosa como la de cualquier ayuda óptica. No basta con teñir un lente amarillo; se requiere especificar el corte de onda, la densidad, y evaluar la respuesta real del paciente. Es un proceso clínico que involucra física, patología, experiencia y escucha activa”.



