La miopía se ha convertido en una preocupación emergente de salud pública en América Latina. Aunque aún se carece de cifras actualizadas y robustas para la región, los reportes postpandemia ; con un incremento notable en consultas pediátricas, han encendido las alarmas. Hoy, la comunidad profesional de la visión impulsa un cambio de paradigma: del diagnóstico tardío al control proactivo y basado en evidencia.
Identificar el ojo miope antes de que lo sea
La progresión de la miopía puede anticiparse. La medición del largo axial se posiciona como el principal indicador clínico para predecir y controlar su evolución. Se han establecido clasificaciones como la miopía axial, el astigmatismo miópico (a través del equivalente esférico), y el concepto emergente de “premiope”: niños que, aunque aún no son miopes, ya muestran signos de riesgo al reducir tempranamente su reserva hipermetrópica. Esta identificación temprana permite implementar estrategias de control incluso antes de que aparezca el defecto refractivo.
La evidencia científica toma fuerza en la región
Mientras que Asia lidera la investigación y protocolos de control, América Latina comienza a abandonar enfoques empíricos para adoptar prácticas guiadas por evidencia. Metaanálisis internacionales comparan terapias como atropina, ortoqueratología, lentes oftálmicos y de contacto, aportando claridad sobre la eficacia relativa de cada una.
Esta transformación ha permeado la práctica clínica. En lugar de un modelo centrado únicamente en la corrección, se promueve un abordaje integral que combina educación, intervención temprana y monitoreo riguroso.
Nuevas tecnologías: acceso, adherencia y eficacia
Un ejemplo de esta innovación es el lente oftálmico Stellest, desarrollado por EssilorLuxottica, que incorpora la tecnología H.A.L. para el control de la miopía. Actualmente, este lente está disponible en más de 40 países y ha sido recientemente introducido en siete nuevos mercados latinoamericanos. Su diseño discreto y clínicamente validado ha demostrado alta adherencia, especialmente en pacientes pediátricos.
Los lanzamientos en América Latina se han realizado en contextos controlados, dirigidos a profesionales de hospitales y centros especializados, reforzando la importancia del seguimiento clínico. La consigna es clara: “lo que no se mide, no se controla”.
La consulta se transforma: más allá de la refracción
Hoy, el diagnóstico de miopía exige una evaluación más profunda. Además de una refracción precisa, se recomienda realizar biometría axial, fondo de ojo y pruebas motoras para identificar alteraciones sutiles. Esta sofisticación no reemplaza al profesional, sino que lo fortalece, mejorando la percepción del servicio y la comunicación con las familias.
Los especialistas en retina y glaucoma coinciden: prevenir la progresión desde la infancia es una inversión en salud visual futura. Maculopatía miópica, cataratas subcapsulares y glaucomas de ángulo abierto pueden mitigarse desde edades tempranas.
Un esfuerzo colectivo y multidisciplinario
El control de la miopía ya no es responsabilidad exclusiva del profesional de la visión. Psicólogos, educadores, pediatras y padres deben integrarse en una red de cuidado que promueva la modificación de hábitos visuales: menos pantallas, más luz natural, tiempos controlados de visión próxima.
La cultura preventiva se fortalece cuando los padres comprenden que el objetivo no es solo ver bien, sino evitar que sus hijos enfrenten en la adultez las mismas limitaciones que ellos vivieron por una miopía avanzada.
Conclusión: un cambio en marcha, pero aún desigual
Aunque aún falta consolidar estadísticas regionales y ampliar el acceso a tecnologías diagnósticas, América Latina ya está replanteando su respuesta frente a la miopía infantil. El paso de un modelo reactivo a uno preventivo, basado en evidencia, representa un avance fundamental para mitigar una pandemia visual que amenaza con dejar consecuencias irreversibles.
