Sin una superficie ocular sana no es posible una adaptación estable, cómoda ni segura. Esa fue la conclusión central de la discusión clínica entre MSc. Aldo Ortiz, optometrista contactólogo y Carlos Artiga, OD, en el programa de IACLE. La evaluación y el cuidado de la superficie ocular no son opcionales, sino el fundamento del éxito a largo plazo y de la seguridad del paciente.
Por qué la superficie ocular define la adaptación
La superficie ocular —párpados y pestañas, glándulas de Meibomio, sistema/película lagrimal, epitelio conjuntival y corneal— es el primer filtro funcional antes de cualquier lente de contacto. Su estado:
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Determina aptitud del candidato y orienta la selección de material, diseño y parámetros.
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Previene complicaciones al identificar y tratar condiciones preexistentes.
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Sostiene la comodidad y la adherencia en el tiempo.
Se recuerda que el ojo no es un sistema aislado: los sistemas endocrino, vascular, neurológico, inmunitario y linfático pueden influir en la homeostasis de la superficie (incluida la linfovascularización corneal).
Ojo seco: la alteración más prevalente e impactante
En la práctica clínica, la enfermedad de ojo seco (EOS) aparece como el hallazgo más común. La literatura reporta prevalencias amplias (≈5–34% considerando signos y síntomas) y estimaciones elevadas en informes de referencia. Factores agravantes: uso prolongado de pantallas, ambientes climatizados/ventilados, exposición solar, dieta y clima.
Consecuencias clínicas: inestabilidad lagrimal, ardor/irritación (síntoma temprano), hiperemia, daño epitelial corneal-conjuntival, y en casos severos metaplasia con compromiso de transparencia; en estadios avanzados, visión borrosa.
Herramientas y biomarcadores
Lámpara de hendidura: instrumento indispensable. Permite valorar anexos, integridad corneal, usar filtros diagnósticos y adaptar con seguridad lentes blandos, rígidos y especiales.
Pruebas clave y referencias operativas:
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Osmolaridad lagrimal (iPen, TearLab): ~300 mOsm/L como referencia; valores mayores sugieren hiperosmolaridad/EOS.
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Estabilidad: BUT con fluoresceína (valores <10 s indican inestabilidad); NIBUT con discos de Plácido.
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Cantidad de lágrima: Schirmer 1/2.
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Sensibilidad corneal: estesiómetro (nylon/aire).
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Imagenología: tomografía corneal (mapas de elevación/espesores), queratografía (menisco/capa lipídica), meibografía (disfunción/atrofia), OCT de segmento anterior.
Interacción lente–superficie: adaptación fisiológica vs. complicación
El lente sí induce cambios; la clave es distinguir la adaptación fisiológica de la complicación patológica:
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La película lagrimal cambia su dinámica (fluye sobre el lente), se modifican parpadeo y tensión palpebral; la superficie es altamente adaptable.
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Una mala adaptación, higiene insuficiente o falta de seguimiento convierten esa alteración esperable en complicación.
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Objetivo clínico: mantener la “homogeneidad” entre lente y parámetros oculares, preservando el estado basal del paciente.
Errores frecuentes en la práctica
1. No hacer seguimiento tras la adaptación.
2. Hacer evaluaciones superficiales (sin mediciones ni registro objetivo).
3. Dar instrucciones incompletas (tiempos de uso, reemplazo, higiene de lente/estuche, controles).
4. No verificar la comprensión del paciente/cuidador.
5. No concientizar que el lente es un cuerpo extraño que exige manejo responsable.
Recomendaciones para la consulta
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Actualización continua en materiales/técnicas y biomarcadores.
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Exploración sistemática con lámpara de hendidura (anexos, película lagrimal, córnea, conjuntiva).
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Anamnesis dirigida (síntomas, pantalla, ambiente, fármacos sistémicos, alergias).
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Educación clara (uso, higiene, reemplazo, señales de alarma) y confirmación de entendimiento.
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Seguimiento periódico y documentado (síntomas + signos), ajustando parámetros o tratamiento de superficie según evolución.
Conclusión
La adaptación exitosa de lentes de contacto empieza y termina en la superficie ocular. Un protocolo que combine evaluación exhaustiva, diagnóstico preciso, educación efectiva y seguimiento riguroso reduce complicaciones, mejora la experiencia del paciente y sostiene la continuidad del uso. En un entorno de creciente demanda y expectativas, la responsabilidad profesional —incluida la decisión de no adaptar cuando la superficie no es apta— es la mejor garantía de resultados clínicos consistentes.
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